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24 octubre 2011

Rebelión en la granja: toxinas naturales

El señor Dickens me perdone pero nunca me gustó su "Oliver Twist". En mi favor he de alegar varias circunstancias que bien pudieron contribuir a tan desafortunada opinión. El hecho que fuera la primera novela en inglés que tuve que leer en el instituto, bien pudo ser una de ellas. La circunstancia de que precisara la casi continua consulta al diccionario, a buen seguro que no favoreció. Pero siempre tuve como definitivo  el hecho de considerarla demasiado clasista -que no clásica-.

Reconozco que se trata de una de las primeras novelas sociales de la época,  que retrata una sociedad dura y cruel,  sin embargo el argumento también ejemplifica una suerte de experimento social: "Cójanse una serie de niños al azar, sométanseles a idénticas condiciones de privación y mala  educación. Agítese y transcurrido un tiempo compruébense  los resultados. Con seguridad aquellos que a pesar de tal adversidad muestren ser puros de corazón, sabios y valientes, serán de noble origen ( y rubios digo yo...).

Es decir, probablemente sin ser consciente de ello, Dickens estaba dando argumentos a los nuevos nobles de la revolución industrial para afianzar su estatus y justificar sus prebendas. Ellos triunfaban porque eran diferentes, eran los "buenos" y  debían dominar sobre el populacho. Dicho esto con todos los respetos para Charles Dickens, pero nadie escapa, queramos o no; "somos fruto de nuestra época".


Afortunadamente esta ideología hace tiempo que cayó en el olvido, pero el siglo XIX fue prolífico en filosofías, y las novelas de la época constituyeron un excelente referente de las mismas, tal cual hoy día serían el cine y la televisión. Por ejemplo el mito del  buen salvaje, es decir la idea de que el hombre es bueno por naturaleza quedó excelentemente ejemplificado en "El libro de la selva" de  Rudyard Kipling , el colonianismo tan en boga en esa época estaba implícito en Robinson Crusoe de Daniel Defoe. "Franckestein o el mito de prometeo "de Marie Shelley es una de mis preferidas pues es de las primeras en cuestionar el "animismo" al sustituir la energia vital por un calambrazo del copón (perdonen la expresión pero por estos lares se estila).  Sin embargo el animismo ha sabido sobrevivir hasta nuestros dias, y en la actualidad, sí sí en plena época 3.0, goza de excelente salud.

Un ejemplo; la agricultura biodinámica que hunde sus raíces en la antroposofia de Rudolf Steiner es una suerte agronomía animista en la que se trabaja de acuerdo con "las energías que crean y mantienen la vida" (incluida, la luna, estrellas y cosmos). El movimiento biodinámico surgió a partir de ocho conferencias dadas por Rudolf Steiner en 1924, a petición  de varios agricultores  y como rechazo a los excesos de productos químicos que por aquella época, usados sin medida, causaban serios problemas en los campos y en la salud. Surgió así un rechazo visceral a lo artificial, frente a lo natural que ha perdurado hasta hoy día.

Desde entonces la idea de que un producto "natural" siempre será más sabroso, más sano y más de todo que otro "artificial" ha calado hondo en nuestra psique. Basta una visita al supermercado  de la esquina para darse cuenta que ningún fabricante osaría etiquetar sus productos como "artificiales", "químicos" o con "aditivos", y eso que, de estar bien informados, jamás  osaríamos la ingesta de determinados productos sin los aditivos precisos para prevenir el botulismo, la salmonella, etc. Más bien todo lo contrario, lo natural vende, y vende escandalosamente bien, hasta el extremo de que nos engañan sin compasión, prometiéndonos dones de la naturaleza sin que medie estudio científico alguno. Algo a lo que recientemente la UE ha tenido que poner límite.

Subyace en ello la idea de una "madre naturaleza" que nos cuida y protege, que transforma nuestro entorno para ser más habitable, y no para de pensar la manera de elaborar nuevos compuestos  para la cura del cáncer y demás. Pareciera que eso de estar sano es mera cuestión de evitar lo artificial, que lo único saludable es lo natural. Todo lo cual, he de decir, es rigurosamente falso.

Para muchos resultó toda una sorpresa que, al final, la crisis de los pepinos, procediera realmente un cultivo de soja ecológico, o que más recientemente se nos recordara el poder letal de la madre naturaleza con la muertes por intoxicación por estramonio de unos jóvenes en una "rave". La triste realidad es que el riesgo de contraer una infección alimentaria es ocho veces superior con alimentos ecológicos y que el 99% de los tóxicos que ingerimos no son añadidos sino que ya están en los alimentos por muy naturales y ecológicos que sean.

Vamos a ver, para empezar hemos de tomar conciencia que, por más mimos que les demos, nuestras queridas hortalizas nos odian. Si señor nuestras lechugas y tomates, y junto a ellas todos los vegetales, odian con todo su ser a todo bicho que se las coma y, en lugar de buscarnos la cura del HIV, no paran de maquinar cómo envenenarnos. No las culpo yo de tan prudente opinión, por eso no me extraña que a través de los milenios se hayan dotado de todo un arsenal de armas químicas. Gracias a éste, deciden aspectos insospechados de nuestra vida; cuántos debemos ser, nuestra longevidad, qué enfermedades sufriremos y cuánta descendencia tendremos. Permitan un ejemplo que ilustre hasta qué punto son hábiles en estas lides.

En 1990 una misteriosa epidemia estaba causando la muerte de más de tres mil antílopes kudus,  en Sudáfrica. Al examinar los cadáveres lo único que se encontró es que todos contenían en sus estómagos hojas semidigeridas de una acacia del lugar, pero con unos niveles de taninos (una toxina vegetal)  que no correspondían con los descritos. Un poco convencional experimento del profesor  Wouter van Hoven, zoólogo de la universidad de Pretoria, dió con la clave. Se dedicó a golpear con palos durante dos horas a las acacias -vamos una paliza en toda regla-. Tras ese tiempo analizó el contenido en taninos de sus hojas y ¡voilá! habían aumentado  en un 250%. Pero lo más asombroso es que las acacias vecinas, que no habían sido golpeadas, también los habían incrementado de forma misteriosa. Sólo años después se supo que las plantas al ser ramoneadas emiten etileno al aire dando la señal de alarma a sus compañeras para que incrementen su toxicidad  (chivatas!). Este mecanismo ha resultado ser bastante habitual, e incluso más refinado, por ejemplo el maíz, cuando es invadido por una plaga de orugas, emite una señal química al aire que atrae a icneumónidos (una especie de avispa comedora de orugas), otro tanto hace la col.

Si ya sé, pueden pensar que gusto de casos extremos para asustar, que nada tienen que ver con nuestras legumbres seleccionadas a lo largo de generaciones, y certificadas por la salud de nuestros abuelos, pero se equivocarían de pleno. Ocurre que el estramonio es una solanácea, y la mayoría de las solanáceas son tóxicas, por ejemplo las patatas sintetizan de forma natural solanina y chaconina,  los tomates son ricos en tomatina (claro está), todos ellos potentes inhibidores de la colinesterasa con acción neurotóxica y cardiotóxicos. Si están pensado en llevar una dieta sana y simplemente evitar las solanáceas, se lo voy a poner más difícil; las lechugas contienen ácido caféico un carcinogénico,  las manzanas son ricas en flavonas y chalconas, taninos y safrol causantes de glucosuria y carcinogénicos, las zanahorias son ricas en carotoxinas un neurotóxico de roedores, la pimienta o el perejil contienen miristicina un alucinógeno y narcótico, algunas frutas como plátanos y cítricos sintetizan aminas vasoactivas (dopamina, tiramina, epinefrina, serotonina) capaces de provocar crisis hipertensivas. El pan, y en general los horneados, contienen las temidas dioxinas, ya vengan de una panadería industrial o del horno de leña de nuestra querida abuela....  La lista es larga y creánme no se salva ni la venerada soja, rica en isoflavonas, cumaricinas y otras sustancias que bajan la fertilidad. No sigo por no quitarles las ganas de comer  a más de un escrupuloso, pues no es ese el objetivo del post.

Se trata de que seamos conscientes que cuando ingerimos un alimento, por muy natural que sea, ingerimos un complicado cóctel de sustancias químicas, en ocasiones miles. Con seguridad algunas de esas sustancias tendrán efectos beneficiosos, pero al tiempo  unas cuantas tendrán efectos claramente adversos e incluso tóxicos.  Establecer el umbral de lo saludable en función del origen sintético o no del compuesto carece de lógica alguna y puede inducirnos a asumir riesgos intolerables.

Algunos investigadores se han dedicado a  cuantificar el riesgo de contraer cáncer derivado de nuestra actividad y dieta habitual. Ardua labor pues no es fácil derivar un índice inequívoco, a veces se usa la pérdida de esperanza de vida expresada en días o años, lo que induce a mucha gente a calcular cuántos días le quedarían de vida. Otra forma es como HERP, que viene a ser el porcentaje de la dosis equivalente en humanos que, según relación de pesos, produciría efectos nocivos en el 50% de los roedores. Algo también confuso y cuestionable ya que  no somos ratones y todo lo malo para ellos no tiene porqué serlo para nosotros y viceversa, tampoco esa proporcionalidad según peso tiene que ser veraz. Pero en cualquier caso da una idea válida a efectos comparativos. Utilizando ese índice HERP la siguiente tabla presenta una relación del riesgo de contraer cáncer al que según, los investigadores (Ames & Gold, 1998), incurre un americano a través de su dieta. 
Para sorpresa de algunos habrán observado que los primeros puestos de la tabla no están ocupados por sustancias sintéticas sino por productos de lo más "saludable" como la lechuga, zanahoria, patatas, etc. En cada caso su presencia se debe a su contenido en tóxicos naturales (ácido caféico en la lechuga, solaninas en patata, etc) Hay que bajar mucho en la tabla para encontrar los primeros pesticidas como la Etilentiourea o el DDT (este último prohibido desde hace tiempo).

Así pues carece de sentido  distinguir tóxicos naturales de artificiales y por ende establecer como único criterio de lo saludable el origen "orgánico" de un producto, nuestro organismo no lo hace. Tampoco lo tiene intentar eliminar todo resto de pesticida de nuestra dieta cuando estamos asumiendo un peligro varios órdenes de veces superior con la mera ingesta del alimento. Es más, les diré que de la tabla anterior he eliminado tres productos porque se salían de rango, son el tabaco, el alcohol y el café (en las dosis habituales, no en la de los muy viciosos...). Así pues si es de esos que gustan del cigarillo de después, del vasito de vino para acompañar o del café de la mañana, carece de sentido volverse un paranoico de las trazas de pesticidas en los alimentos, pues "de facto" ya hemos dado por aceptable un riesgo cientos de veces superior. Si aún así piensa que algo es algo, pues no está tan claro. Eliminar los pesticidas sintéticos implica que las plantas  aumentarán sus concentraciones normales de pesticidas naturales en respuesta a las plagas, algo similar al caso del kudú anteriormente explicado, con lo que se incrementaría su contenido en tóxicos.

Para complicar más cosas está el "efecto coctel", es decir ¿cuál es el balance final? Como he dicho cualquier alimento es un complicado cóctel de sustancias, unas nos alimentan, otras nos protegen, unas son cancerígenas, otras anticancerígenas, otras son estrogénicas, etc., el efecto global no es la mera suma de los efectos individuales, con lo que las tablas anteriores podrían no servir de mucho. Por ejemplo, y por si había surgido alguna duda, está claro que una dieta rica en fibras y vegetales, protege contra el cáncer de colon y estómago (por más acido cafeíco que lleven las lechugas).

Vamos, que la cosa  es para volverse un poco loco y de eso, y de nuestra ignorancia, se aprovecha la publicidad de los productos funcionales. Queda claro que en estas cuestiones estamos en manos del buen hacer de los científicos y administraciones, pero sobre todo de la honradez de los productores y comerciantes. Fraudes y alertas siempre las habrá, sólo podemos evitarlos exigiendo su buen control.

¿Estamos entonces condenados? Toma pues claro que sí, vivir mata, probablemente el producto que  más acorta nuestra vida (tabaco aparte) sea el oxigeno, que genera radicales libres en nuestro interior celular, pero  prueba tú no respirar.  Si es que como dijo el agente Daff a Deckard en  Blade Runner pero:
                     
                                                                   "...¿quién quiere vivir para siempre?"


Ale a ser sanotes.

2 comentarios:

  1. Muy interesante. Creo que la fiesta en la que murieron los chicos por consumir estramonio es de las denominadas "rave", no "rage".

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  2. Gracias Blas por la aclaración tomo nota y corrijo.

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